Escrito y dirigido por Basilio Martín Patino entre 1971 y 1973, el documental Queridísimos Verdugos es un viaje a la España Negra del subdesarrollo, el hambre, la miseria y el analfabetismo.
Sus protagonistas son tres verdugos o, si utilizamos el término oficial, tres “agentes ejecutores de sentencias”: Antonio López Sierra, Vicente López Copete y Bernardo Sánchez Bascuñana.
Antes de ser verdugo, Antonio López Sierra (1913–1986) estuvo en la cárcel por robo, fue voluntario del ejército franquista durante la Guerra Civil, trabajó en un matadero, estuvo en la División Azul y, junto a Vicente López Copete (1914 – ¿?) chivato de la policía, estraperlista y timador. De lo que se puede deducir que, a veces, estar a un lado u otro de la ley es cuestión de mera casualidad…
Vicente López Copete fue también torero aficionado y falangista. Recuerda, en Queridísimos Verdugos, haber participado en la represión de los mineros de Asturias en 1934.
El tercer protagonista Bernardo Sánchez Bascuñana (1905-1972) ingresó voluntario en la Guardia Civil al estallar la guerra para luchar al lado de Franco. Dice que aceptó ser verdugo por la necesidad económica en que se halló al enfermar su mujer. Poeta aficionado, recita ante la cámara algunos versos grandilocuentes y de reminiscencias decimonónicas. Es el único de los tres al que su conciencia parece darle problemas, como puede verse en uno de los diálogos que los tres colegas mantienen en Queridísimos Verdugos:
Vicente L. Copete: “Si se hubieran ejecutado a más de cuatro que se debían haber ejecutado no hubieran estado ocurriendo más de cuatro cosas de las que ahora están ocurriendo”.
Antonio L. Sierra: “Ahora mismo ¡cuántas ejecuciones se tenían que haber hecho en España! Yo me he cargado a veintiocho, más cuarenta que tenían que haberse cargado ya, son sesenta y ocho; si vosotros hubierais matado a otros veintitantos…”
Bernardo S. Bascuñana: “No. Yo no he matado a nadie: es la Justicia”.
Antonio L. Sierra: “Si tú no matas a nadie, tú no, eres un representante de la Ley…”
Ante una opípara comida y con unos cuantos vinos en el cuerpo, los tres hablan de su oficio con la naturalidad de lo cotidiano. Nos cuentan detalles técnicos de su herramienta de trabajo: el garrote vil que, según ellos, es una herramienta eficaz, rápida e indolora. No opinan lo mismo un psiquiatra y un abogado que relatan su experiencia como testigos en dos ajusticiamientos.
Nos cuentan anécdotas como la de un condenado que había matado a su hermana de tres años con un hacha y había herido gravemente a otra de cuatro, a su madre y a su padrastro y que, en el momento de conducirlo hacia el garrote vil se negó a sentarse y echó a correr por el patio de la cárcel “pegando saltos por ahí diciendo:” “Bandidos, criminales, que lo que me queréis es matar”. “Pues, granuja, ¿y tú qué has hecho? ¿Tú qué has hecho? ¿Tú has frito un huevo, quizás?”
O recuerdan el humor negro de otro de los reos que le dijo al verdugo: “Tú con el aparato este” (el garrote vil) “eliminando y yo, con la pistola matando, somos los amos”.
Queridísimos Verdugos relata las historias de algunos condenados a muerte. Todos ellos homicidas sin el glamour de las películas de Hollywood. Todos ellos pobres, analfabetos y primarios, tan víctimas como aquellos a los que quitaron la vida… todos excepto, quizás, El Jarabo: elegante, culto, atractivo, seductor, psicópata y asesino en serie.
Queridísimos Verdugos tuvo que esperar a que muriese Franco, llegase la Transición y se eliminase la pena de muerte en España para estrenarse, en 1977. No sólo no ha perdido actualidad sino que, con el paso de los años, ha ganado como documento de esa época oscura y triste de nuestra Piel de Toro.